En situaciones de confusión la cita socorrida es la de Bacon, la de que se llega a la verdad antes desde el error que desde la confusión. Los tres sabores de la derecha están confusos. No sabrían qué hacer con unas elecciones anticipadas. La izquierda aprovechó su protagonismo para mostrar toda su confusión. Si nos sentamos a la fresca en el PSOE mirando a la izquierda, por donde anda Iglesias, Errejón, IU y las confluencias infinitas, solo veremos confusión y enredo. Pero si alguien cree que el PSOE tiene rumbo que pruebe sencillamente a preguntarle a Adriana Lastra, por ejemplo, el nombre del Presidente de Venezuela. Ahora que no está de actualidad aquel calentón, ¿se acordarán de que reconocieron a Guaidó o ahora el Presidente es Maduro? Iván Redondo no va a inculcar a Sánchez pensamiento estructurado, ni medidas para afrontar el golpe de la guerra comercial y del Brexit. Solo le dirá el color del traje que debe poner, las compañías con las que debe dejarse ver y qué actor o deportista le conviene para Cultura, Investigación o cosillas así. Así que una parte de la izquierda se agarra a Bacon y huye de la confusión buscando errores con el viento a favor a los que agarrarse. Lo que importa no es la cuña que quieren abrir Anguita, Monereo e Illueca, o los castañeteos cerebrales de veteranos socialistas venidos muy a menos. Lo que importa es cuánta desorientación pueda llegar a la gente.
Mario Bunge dio algunas pautas sencillas para distinguir a las pseudociencias y no acabar enredados en su verborrea supersticiosa. Así, una ciencia siempre está condicionada por los saberes de otras ciencias, a las que también condiciona. Los biólogos investigan con aparatos que hacen ingenieros apoyados en saberes físicos, por ejemplo. No hay ciencia, sin embargo, que afecte ni se vea afectada por la homeopatía. Ni hay laboratorios homeopáticos, ni hay lista de equivocaciones, como las teorías equivocadas sobre el átomo o la gravitación. Estas cosas, decía Bunge, delatan que se trata de una pseudociencia a la que no debe darse crédito. Hay formas científicas de refutar los remedios de la homeopatía. Pero podemos dar a las pautas de Bunge un sentido más profundo. Parten de un supuesto realista: no lo podemos saber todo. Una persona normal no tiene por qué tener la formación científica que le haga comprender la banalidad de la homeopatía. Todos somos ignorantes en muchas cosas. Las pautas de Bunge nos recuerdan que hay que vivir con nuestra ignorancia como con cualquier otra debilidad y negociar con ella. Sus pautas nos dicen: no eres científico, pero puedes fijarte en que no hay laboratorios, no hay nada de la medicina común en la homeopatía; aunque no seas científico, desconfía cuando veas esto.
En breve habrá elecciones en Italia y seguramente las ganará Salvini y habrá una euforia inusual. Fusaro lleva tiempo explicando que el nacionalismo, las prácticas xenófobas o los roles diferenciados de hombre y mujer en la familia y el trabajo son componentes necesarios de la práctica marxista. La emancipación del proletariado requiere valores conservadores en lo social, dice. Como Fusaro conoce la obra de Marx, hace un batiburrillo muy prolífico para invocar al marxismo como soporte de la política ultraderechista de Salvini. Así se llega a ese llamado marxismo de derechas, tan gracioso como aquellos demonios católicos que poblaban el infierno del Don Juan de Torrente Ballester. Por vías menos sofisticadas pero del mismo tipo, Anguita cree que un político laico sin santos divinos ni humanos puede encontrarse en la compañía que haga falta por bien de la clase trabajadora. Y con Monereo intenta abrir un espacio en la izquierda dialogante con la extrema derecha. Debemos tener en cuenta que la derecha española pasó de la hipocresía al cinismo. Antes predicaban santurronerías mientras hacían todo tipo de golferías, desde estafas y robos hasta volquetes de putas. Ahora ostentan sus propósitos sectarios sin pudor y con provocación. La situación económica, precaria para demasiada gente, puede empeorar y los servicios públicos pueden deteriorarse, mientras Redondo elige gafas de sol para Sánchez, Podemos y confluencias se concentran en tener razón y los picos más chistosos de la corrección política distraen de su fundamento. El ambiente es propicio para la confusión y para que aparezcan discursos muy circunspectos que nos expliquen que la verdadera izquierda debe hacer lo que Salvini para que no lo haga Vox y que en la ultraderecha es donde se están acordando de los débiles.
Es tentador entrar al trapo de la discusión y enredar en las incongruencias teóricas de Fusaro, en la torpeza ensimismada de Anguita o en las chocheces de socialistas gagá. Pero la verdad es que, como pasa con la ciencia, no todo el mundo tiene por qué conocer el marxismo ni dedicar su tiempo a contrastar a analistas y teorías. Podemos rebajar la exigencia, como Bunge, y pensar solo en indicios externos para negociar con nuestra ignorancia. Para empezar estas teorías chocantes que unen a la izquierda más allá de la socialdemocracia con derecha más allá de Rajoy nunca inician ningún movimiento. Son oportunistas y se dedican a engancharse y engrosar algo que ya estaba en marcha. Hasta que la ultraderecha no se hizo fuerte no se había relacionado el nacionalismo xenófobo con los intereses proletarios. Otro indicio de fraude es que, en esa pretendida mezcla de derecha e izquierda tan laica, la parte conservadora de la mezcla es concreta y se expresa en medidas inmediatas, mientras que la parte izquierdista es vaporosa y se confía a un futuro mejor. Así, se habla de rechazar inmigrantes y penalizar a las organizaciones que los rescaten en el mar, que es muy concreto, mientras que el contrapunto es la emancipación de la clase trabajadora, el empoderamiento de los débiles o zarandajas parecidas. Nos dirán qué hay que hacer para desactivar la presión feminista, pero no cómo harán que grandes empresas y grandes fortunas cumplan sus obligaciones fiscales. Un tercer indicio, consecuencia del anterior, es que toda la carga conservadora (antifeminismo, familia, ultranacionalismo), que se presenta como un medio, nunca se acompaña de las medidas que llevarían al fin. Nunca conducen a subir los impuestos a los ricos ni a garantizar los servicios sociales. Salvini quiere un impuesto único, igual para pobres que para ricos, todos quieren privatizar y nadie quiere fortalecer derechos que limiten la rapacería empresarial. Monereo no va a especificar cómo el repliegue nacionalista, que ellos disfrazan de antiglobalismo, va a mejorar la enseñanza pública o garantizar pensiones justas.
Lo esencial es sencillo. La mayoría de la gente necesita un acceso igualitario y de máximos a la justicia, la sanidad y la educación. Y necesita una pensión para no estar llamados a ser ancianos pobres. Y necesitan derechos sólidos que los pongan a salvo de abusos y libertades básicas. Todo esto hay que pagarlo y el Estado tiene que exigir sus obligaciones a todos en función de su nivel de riqueza. Está en la Constitución y en el sentido común. Todo lo que se pretenda progresista tiene que tener esto como prioridad cotidiana. Las fuerzas conservadoras quieren quitar impuestos y sacar los servicios básicos de las obligaciones del Estado. El tipo de sociedad al que aspiran es más factible si pueden envolver sus propósitos en credos y convicciones compulsivas que hagan muy firmes las conductas. Típicamente la religión y la emoción nacional sirvieron a esos propósitos. Lo que pretende Fusaro y las lumbreras que lo imitan es que también el marxismo, debidamente tuneado, y la retórica izquierdista más vacua sean carcasa emocional y compulsiva de los mismos propósitos. Por supuesto, su alcance es mucho más modesto, pero pueden contribuir a la confusión de lo que ya es confuso. Todos somos ignorantes en muchas cosas y quizá lo más útil sea proponer pautas sencillas que permitan a cada uno negociar con su ignorancia y percibir por señales sólidas lo auténtico y lo fraudulento. Es una manera algo pedante de decir que, después de todo, a los impostores y a los tontos útiles se les ve venir si uno está atento.
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