Para la mayoría de nosotros la presunción de inocencia es una cosa abstracta, algo que no experimentamos en la vida real. Presumir algo es suponerlo, y suponer es una actividad mental, un pequeño esfuerzo de nuestro cerebro. La mayoría de nosotros rebosamos inocencia sin que nadie tenga que hacer ningún esfuerzo, grande ni pequeño, para atribuírnosla. Pero el esfuerzo cerebral necesario para considerar posible la inocencia de algunos es un esfuerzo de los que hacen bizquear. Esperanza Aguirre y el ordenador martilleado del PP son sonidos de la misma orquesta y los dos acumulan algún tipo de presunción. Porque presumir no es solo suponer, es también vanagloriarse y exhibir orgullo. La condesa Aguirre lleva muchos años presumiendo de la inocencia que se le presume por imperativo legal. El saqueo inmisericorde de Madrid era clamoroso, pero las grietas por las que la ley pudiera filtrarse y hacer justicia se hacían invisibles entre los pliegues infinitos del pillaje. Aguirre tomaba a chirigota las comisiones de investigación que ella controlaba, se reía de la impotencia de la oposición y presumía de tanta inocencia como le otorgaba el estado de derecho. También el ordenador destrozado exhibe en sus cicatrices la presunción de inocencia, la concreta, no la abstracta de la mayoría de nosotros, sobre los que no hay que hacer el esfuerzo de presumir nada. Un ordenador señalado en una investigación judicial como continente de pruebas de delitos, en manos de los que en esa investigación se señalaban como delincuentes y que aparece muchas veces borrado y luego partido a martillazos, crea una de esas situaciones en que concebir la inocencia de los señalados obliga a un esfuerzo de presunción de los que dan dolor de cabeza. Una vez que el juez no da por probado nada y exculpa a la banda por la presunción de inocencia empieza la otra presunción, la de la vanagloria del quinqui que se sale con la suya y pasea su libertad y su inocencia burlándose de la cara de inocentes que se nos queda a los demás. Por eso García Egea, con la gravedad de los grandes momentos, exige que pidamos perdón al PP; que pidamos perdón por no haber sido capaces de entresacar entre la herrumbre del ordenador apaleado y borrado las hebras de inocencia de las que ahora presumía.
Juntemos las piezas para ver qué podemos presumir. Esperanza Aguirre llega al poder comprando en moneda corriente a dos parlamentarios del PSOE que pertenecían a la banda de Balbás, una versión ampliada y capitalina de lo que aquí fue Fernández Villa. El PP subió la deuda de la Comunidad de 9000 millones de euros a 33000. A la vez que sube la deuda, la Comunidad dice que baja los impuestos. Todos sabemos que no es igual ser pobre que rico. Cuando alguien habla de bajar los impuestos sin especificar diferencia tan notable, es que a quien baja los impuestos es a los ricos. En Madrid se eliminó el impuesto de Patrimonio, por lo que las grandes fortunas pagaron 5000 millones de euros menos. Se bajó, dentro del margen que tiene, el IRPF a las rentas altas. Se eliminó prácticamente el impuesto de sucesiones (solo se paga el 1%). David Fernández nos dice que este año 40 herederos ricos heredaron 875 millones de euros y pagaron solo 2,5 de impuestos; heredar 875 millones de euros es ganar 875 millones de euros sin dar un palo al agua. Estas tajadas millonarias que se retiran del erario público para meterlas en los bolsillos más ricos atraen a los bolsillos más ricos de otras comunidades. Si el patrimonio y las herencias no pagan en Madrid, lo que hacen los ricos de otros sitios es dejar en el balcón de esos sitios la bandera nacional por patriotismo y llevar sus caudales a Madrid. Madrid sube su deuda, regala miles de millones de impuestos a los ricos cada año, succiona capitales y patrimonio de las otras comunidades y es una de las comunidades en las que menos dinero público se gasta por habitante, con la consecuencia lógica, de que servicios como la educación y sanidad están particularmente degradados. ¿Dónde se va entonces el dinero? Lo explicaba estos días José Manuel López: obras, muchas obras; obras sin estudios de planificación y sin justificación, siempre con sobrecostes, siempre con gastos hinchados que multiplicaban el valor real de las cosas y siempre con las mismas empresas. Y siempre quiere decir siempre; se trata de una acción sistémica, estructural. Las empresas que se lucraban pagaban ilegalmente al PP, el PP ganaba porque jugaba con ventaja, sus líderes chupaban sueldos en b y seguían ganando para lucrar a las mismas empresas.
Juntemos las piezas, decía: la Comunidad de Madrid degrada sus servicios públicos, succiona patrimonio y capital de otras comunidades, con el correspondiente deterioro de sus servicios, y con todo eso regala tajadas millonarias en exenciones fiscales a las grandes fortunas madrileñas y roba a manos llenas para lucro de algunas empresas que financian al partido para que se mantenga el juego. Todo esto ahora se adoba con la presencia de la extrema derecha, que añade más desvergüenza y más agresividad con los servicios públicos. Así es el juego autonómico y así seguirá siendo, porque esos que dejan la bandera nacional en los balcones y se llevan el dinero donde no contribuye a la patria son constitucionalistas por patriotismo y dicen que tocar una constitución, por ejemplo para que no pueda ocurrir esto, no es constitucionalista. Los conservadores asturianos, con el sucursalismo sonrojante habitual de la política llariega, dicen que Madrid se lleva los dineros porque hace una política «inteligente»; y con el patrioterismo hipócrita de la derecha nacional, le dicen airados al Gobiernín que los impuestos que se pagan aquí son para pagar favores a Torra. Pero todo lo de Madrid es una mezcla de delito continuado y trampa legal. Ahora imputan a la mandamás Aguirre y a la mequetrefa Cifuentes. Esa es la de cal. La de arena es zanjar que no hay pruebas de que un ordenador roto a martillazos estuviera lleno de pruebas, ni que hubiera sido roto a martillazos para ocultar pruebas.
Las bromas de la izquierda y sus estúpidos egos en Madrid, donde los resultados son ajustadísimos y un puñado de votos puede cambiar la mayoría, son de especial mal gusto. España necesita sacar a esa banda del poder y poner orden en la capital, porque nos está costando mucho en dinero, en injusticia y en degradación moral y cívica. Madrid es el escaparate del liberalismo montaraz porque eso es el neoliberalismo y no hay otro: un abuso sistemático de las posiciones de ventaja para tener más ventaja y un reparto de canonjías, untos y sobornos entre políticos y empresarios hechos todos una oligarquía única. Díaz Ayuso está sembrando la administración de personajes significativos de toda esta inmundicia. La justicia sigue, los presuntos inocentes irán dejando de presumir. Pero las trampas legales que hacen del juego autonómico una monumental disfunción siguen ahí.
Acostumbrados como están a toda forma de abuso, también abusan de la presunción de inocencia y exigen que se pida perdón al PP. Y es que la presunción de inocencia no es lo que ellos pretenden que sea. En la vida cotidiana aceptamos la verdad de las cosas por aproximación y por defecto. Una noche de sábado podemos ver a mucha gente tomando algo y charlando distendida, como si su casa no estuviera ardiendo. No tienen pruebas, pero asumen que su casa no se está quemando, primero porque es lo más probable, y segundo por defecto, porque si eso estuviera ocurriendo ya lo sabrían. Si no moviéramos nuestras certezas así, sería imposible hasta tomarse una caña. Pero la justicia tiene otro patrón. Nada de aproximación ni de verdades por defecto. Solo es verdad lo que está probado que lo es. Es lo civilizado. Por eso Plácido Domingo no está detenido y todos estos años Esperanza Aguirre pudo presumir de inocencia. Pero eso no impide que el análisis lógico y no prejuicioso de las cosas nos haga sentir como un bochorno el aplauso de Salzburgo y como una afrenta la libertad sin cargos de Aguirre. Ni pedimos perdón al PP ni se lo otorgaremos cuando se les caiga la última hoja de parra y lo tengan que pedir ellos.
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